SEGUNDA EXCURSIÓN A AÍNSA, BOLTAÑA Y TORRECIUDAD

EXCURSIÓN A BOLTAÑA, AINSA Y TORRECIUDAD
VIERNES, 20 DE FEBRERO DE 2015
Con un día soleado, circulando por las entrañas de la Sierra de Guara, a través de una tortuosa carretera, limpia de nieves y con maravillosas vistas; acompañando al rio Ara, de ligeras aguas con adornos helados en sus orillas, como bordados hechos a bolillo, pues el sol aún no había caldeado el hielo producido por la fría noche; riberas y prados cubiertos de nieve sin hollar, cuya blancura escalaba entre los verdes pinos hasta coronar los picos montunos de cofia alborada, dejando a un lado Boltaña, recalamos nuestros impacientes vientos en Ainsa. Allí nos esperaba nuestra amable guía Alicia, que nos acompañaría gran parte de la jornada, dándonos a conocer los rincones de este pueblo de la Comarca del Sobrarbe, las costumbres de sus gentes, tradiciones y misterios, a la par que discurríamos por sus hermosas, empinadas y típicas calles empedradas, su hermosa Plaza mayor, que junto con el castillo están declaradas conjunto artístico. El castillo que data del siglo XI, de gruesos muros, situado en zona estratégica, en un extremo de la plaza Mayor, dominando el norte y el sur de la ciudad, circundado por un foso de diferentes profundidades. Llaman la atención, en su parte interior, una serie de arcadas ciegas semicirculares. Fue el centinela de la comarca del Sobrarbe y defensor de su puerta de entrada septentrional. En la parte norte la defensa del territorio correspondía a las elevadas montañas pirenaicas, que hacían de muralla natural. Actualmente presenta un estado ruinoso, pero aún conserva parte de su muralla y algunas torres.
Siempre bajo la excelsa mirada de la Peña Montañesa, imponente y hermoso macizo pétreo, embellecido por un collar nuboso y coronado por espectacular blancura nívea, Alicia fue relatando tradiciones de la zona, como “la carrera de la cuchareta”, tradicional carrera que proviene de tiempos del rey Sancho Gimeno, cuando uno de sus emisarios corrió a comunicar a la reina la victoria de las tropas reales en una batalla definitiva para la reconquista de la villa de Ainsa. El heraldo fue premiado por la soberana con una cuchara de plata. Ahora forma parte del folklore local y cada año se celebra con la habitual carrera.
Otra leyenda curiosa llamada “La cruz cubierta”, trata de la aparición de una cruz ardiendo en lo alto de una carrasca cuando las tropas cristianas sucumbían ante las musulmanas, insuflando fervor y ánimos a los cruzados para vencer en la batalla. Y así, entre leyendas de exconjuraderos de tormentas, diferentes formas de protegerse contra las brujas y un sinfín de anécdotas más, caminando por las calles de la villa admirando los nobles edificios de Casa Arnal y Casa Bielsa, edificadas entre el siglo XVI y XVII, ejemplo de las construcciones típicas de la comarca con hermosas portadas y rejas, además de sus ventanas ajimezadas con capiteles de transición al gótico, llegamos a la Iglesia de Santa María, templo románico del siglo XI y XII. Posee esta sobria y bella construcción, una única nave con bóveda de medio cañón apuntado y un ábside con bóveda de horno. Es de resaltar la cripta con dieciocho columnas con capiteles y el claustro.
Después de tomar un pequeño y apresurado refrigerio en uno de los soleados y abrigados veladores de la Plaza Mayor, pues el tiempo apremiaba, el autobús nos acercó al bonito pueblo de Boltaña, donde pudimos admirar la Colegiata de san Pedro de estilo gótico aragonés y el ayuntamiento, edificados ambos en torno a la Plaza Mayor. Es interesante ver “Casa Núñez” con sus figuras esculpidas en la fachada.
Al filo de las dos de la tarde, comimos en el restaurante del Hotel Barceló Monasterio de Boltaña, un magnífico restaurante con espectaculares salones y un menú esplendido con un excelente servicio. Buena comida e interesante y relajada sobremesa.
De nuevo autobús para dirigirnos hacia el Santuario de Torreciudad, edificado en honor de Nuestra Señora de los Ángeles por el “Opus Dei”. Allí nos esperaba D. Manuel, un amable y solícito guía que nos acompañaría por todo el santuario, desde el templo, un magnífico, pero sobrio edificio que alberga un retablo de una gran belleza, esculpido en alabastro por Joan Mainé, pasando por acogedoras capillas y discretos confesionarios, hasta la parte inferior en la que se exponen, prácticamente, todas las imágenes de las Vírgenes veneradas en el mundo.
Después de recrearnos en la bella panorámica sobre el pantano del Grado, con un hermoso atardecer, propiciado por las incipientes nubes que iban apareciendo sobre el horizonte, entremezclándose con los colores áureo-carmesí del sol, emprendimos el regreso a Zaragoza con el cansancio feliz de una estupenda jornada.
Eloy López Gurría